martes, 6 de noviembre de 2007

Plumas y Tinteros

En el alma de nuestros abuelos se encierra un tesoro: un baúl de memorias únicas, irrepetibles, preciosas.
Porque no queríamos perder estos recuerdos, los chicos de 1ero a 5to año del Colegio Nuestra Señora del Huerto,
lograron rescatar algunas de estas historias, anécdotas sencillas, cotidianas, pero que esconden la verdadera plenitud de la vida.
Entrevistaron a antiguos vecinos del barrio para recibir el legado de sus relatos y bajo su mirada adolescente, reconstruyeron algunos episodios devolviéndolos al presente con un colorido de imágenes y expresiones que, seguramente, emocionarán a los lectores y harán que muchos vuelvan a sentirse niños, caminando por la avenida América, disfrutando de una función continuada en el cine Aconcagua o balanceándose despreocupadamente en una hamaca de la plaza Alem.
Prof. Mónica Castagna

El trofeo
Historia contada por doña Mabel Pagganeto a su nieto Leandro Putrino de 2do año CBU

Vivo en Villa Pueyrredón, en la casa en que nací ya hace 81 años.
Mi padre, don Antonio Juan Pagganeto, compró en un remate un lote y allí edificó, se casó y llegué yo, después de un año.
En la cuadra en la que yo vivía se levantaban ranchos de chapa, zinc y madera, las calles eran de tierra, bordeadas por zanjas y las veredas, algunas de ladrillos. La única casa de material hasta 1930 fue la nuestra.
En el año 1927, con la firma de siete vecinos, la compañía de electricidad Chade nos dio luz. ¡Nosotros tuvimos el teléfono antes que la luz!

Después todo comenzó a progresar; se construyeron casas de material, a partir de 1935 se asfaltaron las calles y llegaron las dos primeras líneas de colectivos: el A, hoy 168 y el 21 que desapareció o cambió de número.
Vivía en el barrio una mayoría de inmigrantes italianos y unos pocos españoles. Todos buenos vecinos que hoy ya no están … y con los nuevos casi no tenemos relación, por la situación que vive el país.
Mi escuela fue hasta 1935 una casa quinta que pertenecía al Sr. Macachini, después, de las calles San Alberto y Condarco pasó a Nazca 5152 y se llamó “Domingo Faustino Sarmiento”, y desde 1976, “Ejército Argentino”.
¡Cómo nos divertíamos! Jugábamos al escondite, la rayuela, la mancha pisa pisuela, color de ciruela, saltar al pañuelito…
Claro que tengo muchas anécdotas para contar pero recuerdo especialmente que un 25 de Mayo, fui con mis amigos a participar de los festejos de la Fiesta Patria a la Plaza Alem. Acostumbrábamos ir a todos lados juntos.
Por la ocasión se realizó una carrera de bicicletas, por edades. Yo tenía entonces 12 años y como había ido con mi rodado, mis compañeros insistieron para que me anotara.
¡Y me anoté! ¡Y gané !
¡Lo peor sería llegar a casa con el trofeo porque lo había hecho sin el permiso de mis padres! Pero un vecino me ahorró el duro trance, apareció y le dijo a mi padre: “Antonio, lo felicito por Mabel que acaba de ganar el primer premio en la carrera de bicicletas de la Plaza de Cristo Rey!”.
No recuerdo bien pero creo que todos celebramos la victoria…
Eran otros tiempos aquellos…




Sin peligro
Adaptación de la entrevista realizada por Lucas Campopiano y Ezequiel Raimondo de 1er año CBU al Dr. Miguel A.Campopiano

—Papá, tenemos que hacer para Lengua una entrevista a alguien que haya vivido mucho tiempo en Villa Pueyrredón. ¿Ezequiel y yo te la podemos hacer a vos?
Miguel sonrió con una mezcla de orgullo y aceptación responsable ante los deberes paternos.
Los chicos estaban entusiasmados. Era el primer trabajo práctico “especial” desde su ingleso al secundario.
— Bueno, ¿tienen un grabador?
— ¡Un mp3, pa! — contestó Lucas con ese tono adolescente que hace parecer a los adultos especimenes contemporáneos a los dinosaurios.
— ¿Nos podés contar algo de la historia de tu familia? — comenzó Ezequiel
Mi abuelo vino a vivir a lo que serían los extremos de Villa Pueyrredón en aquel entonces, a la calle Concordia al 4800 y hará 70 años o más, mis padres se instalaron en la calle Gabriela Mistral al 6200, calle en parte de tierra desde Llavallol hasta Avda. San Martín.
Había una serie de personajes raros que circulaban por allí, como el loco Fidel, cuyo gobierno venía asustando a grandes y a chicos mientras desgranaba frases incoherentes y caminaba con los pies descalzos por las zanjas que, en invierno, se llenaban de escarcha; es que no había edificios, el viento soplaba con fuerza y el agua de las alcantarillas se cubría de una capa de hielo que con pereza corría por América, avenida de doble mano, por donde pasaba el 35 que iba a Barrancas y al zoológico. Cuando Perón convocaba a los actos políticos, el transporte era gratuito y como una gran bola humana, la gente se trepaba, no sé si para disfrutar de un paseo o para ver a su líder, al tren.
— ¿Y cómo era el barrio cuando vos eras chico?
El barrio era muy agradable, de casas bajas, casi sin ningún tránsito de autos. Los chicos jugábamos en la calle al fútbol o carreras de autitos de plástico. Los pasajes eran de tierra , con alcantarillas profundas, o al menos así me parecían a mí desde mi perspectiva de niño.
Pasaban por la mañana el lechero, con un carro de caballos, el sodero y, en un enorme carro rebosante de objetos de caña y sillas disimulando a su conductor que, insignificante, parecía desaparecen en medio de semejante maraña de mimbres. También recuerdo la carbonería y la herrería en donde se colocaban las herraduras a los caballos.
—¿Y la gente?
La gente era más amigable. Los vecinos se conocían todos. Había más socialización. Las señoras salían a barrer las veredas por la mañana y arreglaban el mundo charlando, y por las tardes y las noches de verano, grandes y chicos salíamos a las puertas de calle con sillas, a esperar que viniese la frescura nocturna y de paso, ¡a charlar! Además, en aquella época, no había tanta gente mayor, porque la expectativa de vida creció mucho ahora y eso hacía que hubiera gran respeto y cariño por los ancianos, ¡a nadie se le ocurría enviar a sus viejos a un geriátrico! Así que estos no existían … los ancianos terminaban sus vidas junto a sus familias.
— ¿Qué otra experiencia te gustaría compartir con nosotros?
Es difícil elegir una, pero quisiera compartir el sentimiento que generaba en nosotros vivir en un entorno amigable. Ustedes, los jóvenes, hablan desde un lugar muy diferente, viven rodeados de peligros. En cambio, cuando yo era niño, los peligros para nosotros no existían, podíamos estar en la calle hasta cualquier hora de la noche sin inconvenientes; era normal que volviéramos a las 5 de la mañana caminando serenamente por las calles tranquilas de Villa Pueyrredón … ¡nuestro barrio!




Las compras

Relato inspirado en la entrevista realizada por Daniela Bessone y Cinthia Cabrera de 5to año Gestión a la señora
Lucy Lopez, psicóloga social y rectora del Inst. Intercambio ,dedicado entre otras actividades, a la formación de Counselors

Sonó en la radio la voz de Violeta Rivas: “ Mami, yo quiero casarme, llevar al mercado ese bolso tan lindo violeta azulado…” y pensó: casarse para poder hacer las compras, ¡cualquier tema sirve para hacer una canción! . Pero ella disfrutaba esa tarea, porque también es esas labores simples estaba el amor a la familia.
Era una especie de rutina: la carnicería, la verdulería, el almacén, y en cada negocio, una novedad, un encuentro, el chismecito de algunas señoras menos ocupadas.
— Dos de papas, medio de cebollas, la fruta que tenga linda, y un verdurita… ¡no, tanto no!
— Llévela para el puchero, ¿necesita perejil? ¿Vio que está embarazada la hija de Carmen? ¿y cuándo se casó que yo no me enteré?
¡Ay, cuando dejará la gente de ocuparse de la vida de los otros!
— Un cuarto de galletitas de leche, cien gramos de jamón crudo, un cuarto de fideos sueltos y aquí traje la botella para medio litro de aceite de oliva. No, no me lo anote en la libreta, cuánto es? ¿Mis hijos? Muy bien, hermosos…
— ¿Tiene algún matambre que valga la pena? Sáquele la grasa, es de ternera ¿no?
—Lo mejor, doña, no sabe lo que se lleva, y como usted es tan simpática, ahí van de regalo algunos huesos con carne para sus perritos.
— ¡Cómo pesa la bolsa! La próxima vez vengo con el changuito, siempre termino comprando cosas de más, es que son necesarias …

— ¡Abuela!, ¡te estamos esperando en el auto! — Una voz la arrancó de su ensueño y regresó de ese maravilloso viaje en el tiempo — ¡Dale! que después el supermercado se llena de gente y dice papá que no sé qué.
Lucy se puso el abrigo, miró con cierta nostalgia la bolsa de los mandados que seguía colgada en el lavadero como un antiguo trofeo y salió.
En el súper le darían bolsitas descartables...

Cuando la vida canta en silencio

La siguiente nota fue realizada a don José Antonio Curto por su nieta, Luciana Defazio, y sus compañeras de curso, Mariel Spinosa, Franca Montes de Paul y Estefanía Musacchio, de 3er año Bach, con la colaboración de la señora Nilda Curto, hija e intérprete del entrevistado.

Don José nace un 15 de septiembre de l915, en Brasil. Con sus jóvenes 91 años, nos cuenta que desde los siete vive en Villa Pueyrredón, y es quizá uno de los habitantes más antiguos del barrio.
Su relato tiene una particularidad que asombra, porque ha sabido superar con creces lo que para algunos hubiera sido una limitación. Sin embargo, la vida de este hombre admirable no se detuvo frente a los obstáculos y de la plenitud su existencia quiere dar cuenta esta entrevista.
Don José Antonio es sordomudo.
Y así comienza su historia puesta en palabras por Nilda.
En su época el barrio era todo tierra y campo y únicamente la Avda. Mosconi era empedrada, antiguamente llamada Avda. América. Por allí pasaba el tranvía de la línea 35 que iba desde Devoto hasta Plaza de Mayo. No había otro tipo de medio de transporte como ahora, solamente el tren que pasaba por la estación Migueletes. Se utilizaba mucho la bicicleta.
Las casas estaban como aisladas unas de otras, pero llenas de plantas. La suya era de madera y años después la agrandaron y la construyeron de material .Primeramente, tenían una habitación para todos, una cocina, y el baño que quedaba en el fondo al que tenían que ir, cuando las luces del día se acababan, con velas. No había luz eléctrica, ni tampoco gas. Se cocinaba y calentaban el ambiente con carbón o con un calentador. En las calles, algún encargado de ese oficio, se subía a una escalera y prendía las velas. Tampoco, por supuesto, tenían teléfono. Del otro lado de la Gral. Paz el agua llegaba a través de una bomba de agua.
Él vivía con sus padres, su hermano , su hermana y sus tíos.
Sus padres eran españoles y habían llegado a la Argentina cuando hubo finalizado su contrato de trabajo en los cafetales de Brasil. Parece que les aconsejaron trasladarse a la Argentina por las buenas condiciones de nuestro país en ese momento. Y aquí fue bautizado, y de aquí ya no se fue.
Al lado de su casa, hicieron una pequeña quinta en donde cultivaban vegetales y frutas. También criaban gallinas, conejos, ovejas, canarios, palomas y, como mascotas, un gato y su perra, una ovejero alemán. Nos contó que una noche ,su madre, que no quería al gato lo tiró lejos de su casa, pero a la mañana siguiente el animal había regresado; al fin su tío y su padre hallaron el modo de resolver el asunto y el gato fue a parar al arroyo que se encontraba debajo de un precario puente de madera, actualmente la vía. Es que en esos tiempos las cosas se resolvía así...
A los 15 años caminaba diariamente quince cuadras para llegar a la fábrica de motos que venían de EE.UU.
Tenía muchos amigos con los que se reunía en Bazurco y la vía. Allí estaba instalado un puesto de diarios en el que ayudaba, sobre todo haciendo el reparto en Artigas y Cabezón, donde se levantaba el cine, aprovechando la oportunidad para quedarse adentro mirando las películas una vez finalizada la tarea.
En una oportunidad, mientras andaba en compañía de un amigo, aparecieron dos muchachos con ganas de armar pelea, y como el destino tiene sus ocurrencias que no son casuales, advirtieron en medio de la trifulca, que los cuatro eran sordomudos. Desde entonces, el grupo se hizo inseparable.
Su abuelo era ciego, pero, hombre piadoso, veía con los ojos del alma. José lo acompañaba todos los miércoles a misa; un sacerdote celebraba en Cuenca y Cocrhane.

A los 10 años iba con sus amigos, todos los domingos al club de golf; allí hacían de cadys, y por ello recibía cada uno una propina de 1 peso, ¡una fortuna para un niño!
Fue al Instituto de Sordo-mudos, en 1925, en donde estuvo un tiempo como pupilo y después en jornada completa, pero en otro barrio ya que Villa Pueyrredón no con contaba con establecimientos de esa clase. Aún recuerda a sus maestros vestidos con delantales grises y las exigencias y normativas de la escuela: esas anécdotas servirían para llenar las páginas de otro libro … los juegos, las manualidades, el aprendizaje de la pronunciación de los sonidos sintiendo las vibraciones en la cabeza para la R, o soplando un papel para la P, la prohibición de comunicarse por señas delante de los profesores y el gusto por cometer esta infracción ¡cuando estaban solos! Porque el castigo era recibido por las manos; los más desaplicados llevaban orejas de burro pero don José no atravesó por ese trance, por el contrario, daba las lecciones con las manos en la espalda y en más de una oportunidad fue el abanderado.
Entrado en la adolescencia comienza a practicar boxeo y deja el colegio ya que su familia era pobre y necesitaba ayuda así fue que omenzó a trabajar en San Martín, a los 16 años de edad, haciendo sillas de mimbre
En su época estaba de moda jugar al balero, él , además, había lijado un palo y lo tiraba lejos para correr y practicar salto, pero solo en sus casas, porque en el colegio no les era permitido

En su tiempo libre iba con sus amigos al club de sordomudos, y allí dará inicio quizá la más importante etapa de su vida: conoce a su única novia. Bailaron. Comenzaron a salir. Ella tenía 18 años y él, 24 . Estuvieron dos años de novios y en 1943 se comprometieron. El 14 de octubre siguiente se casaron en la Parroquia Cristo Rey y tres años después llegó al mundo su única hija , Nilda, .
Siempre iban al cine América y luego a la pizzería Don Juan, donde nunca faltaba la Biducola, ubicada entre las calles Artigas y Zamudio.
Luego, trabajó en Gabriela Mistral y Bolivia en una la fábrica de calzado, con el cargo de operador, hasta que ocho años más tarde, como consecuencia de un incendio que destruyó gran parte de las instalaciones, fue despedido. El respeto que se hubo ganado por su eficiencia y su disponibilidad, hizo que tres meses más tarde, su jefe, actual dueño del Febo, volviera a emplearlo para desempeñar su oficio en la fabricación de calzados Roble, ubicada actualmente sen Avda. Nazca y Terrada, conocida y destacada firma del barrio de Villa Pueyrredón.
A los 62 años se jubiló.
Don José se hace entender ¡y de qué manera! Que el médico que atendía a su familia era Molina. que el colegio Ntra. Sra. del Huerto, era una taller pequeño inaugurado por las religiosas en 1916, que una vez sintió verdadero miedo cuando la policía comenzó a reprimir por la Avda. América a unos huelguistas y él junto a un amigo sin entender bien lo que pasaba debieron correr hasta sus casas, que a leche se la servían en la puerta de la casa, al igual que el pan y la fruta, que el carnicero, hacía colgar de los hombros, por la espalda, un palo con canastos cargados de trozos de carne y la ofrecía por las calles, que el hombre que vendía a los pavos los guiaba tras el silbato y los entregaba vivos y luego se los mataba en las casas...
Entonces sus gestos callan y entornando los ojos parece remontarse a su juventud y se imagina con su traje gris, su pañuelo blanco, una boina y las patillas.
Y este hombre, sin oído y sin voz, a los 91 años continúa escribiendo su música en el pentagrama de la vida para hacerla sonar en nuestros corazones.

Personajes

Recreación literaria de un fragmento de la entrevista realizada por Juliana Lezcano, Charlotte Castro Braga y Carolina El Id
de 1er año CBU, a la señora Dora

— Ahí viene! — gritan los chicos con algarabía
—¡ Mirá lo que hace! — se sorprenden algunos que están de visita por el barrio — ¡está loco!
— Sí, está loco — le explico a uno de ellos como si la escena, a fuerza de repetirse diariamente hubiera ahogado en mí el asombro.
Lo llamábamos el loco Fidel, y como suele suceder cuando somos pequeños, creíamos que era viejo, que siempre había sido así aunque ahora, al devolverlo a mi memoria, estoy convencida de que no superaría en mucho los 30 años.
Con un monito trepado sobre el hombro, tapándole los ojos de a ratos y chillando ante el alboroto que nosotros, los niños de entonces, armábamos, avanzaba lento, perdido, con un trencito de latas de conserva saltando ruidosamente como si fuera todo él un auto que transporta a los recién casados. Cada tanto se detenía para beber agua de la zanja, nos miraba con una expresión arrancada de un mundo lejano, inexistente y algo de ese temor que invade a los locos ante la cordura y continuaba su ruta inverosímil hacia alguna morada para nosotros desconocida.
— No se burlen— decía la abuela.
Pero a falta de otras distracciones, este curioso personaje exaltaba nuestra imaginación.

Y no era el único que había perdido la sensatez en el barrio. Detrás de mi casa había una quinta de verduras cuyo dueño, un hombre extranjero a quien, seguramente por justificadas causas gentilicias, conocíamos como el Polaco. Por soledad o por vicio, quién lo sabe, cuando el día se iba vaciando de sol, él se iba llenando de alcohol y entonces se ponía a bailar. Bailaba y bailaba, sin pareja, sin ritmo, con los brazos apretando el aire, en un sueño que confundía hortalizas y pasos de danza.
Nos reíamos un rato del desgraciado hasta que llegaba el barquillero haciendo sonar la escala musical en un diminuto instrumento y ofreciendo su sabrosa mercancía.
Yo nunca tenía ni una moneda … mi familia era humilde (honrosa pobreza que nos enseñaría a enfrentar la vida con dignidad y anhelo de superación), sin embargo, a la vuelta de su recorrido, repartía los restos de sus barquillas rotas sobre nuestros vestiditos que se hacían improvisados manteles para recibir el sabroso regalo.
¡Cuántas veces he deseado volver a vivir, aunque sea un instante, un poquito de aquel maravilloso tiempo de mi niñez!


Estampas
Impresiones escritas a partir de la entrevista realizada por Romina Ponce, de 2do año Bach. a su abuela, Carolina Napoli

Volvemos de la Grafa caminando por Albarellos, a nuestra casa. Hoy acompañé a mamá a comprar un juego de sábanas para la tía que, por fin, se casa; con sus 23 años todos ya decían que se iba a quedar para “vestir santos”.
Reina un clima extraño, debe ser por esa enfermedad tan terrible que ataca sobre todo a los niños y los deja paralíticos. Papá y otros vecinos han pintado los cordones de las veredas y los troncos de los árboles con cal porque dicen que eso ayuda a matar a los bichos…
Conversamos acerca de los últimos eventos acontecidos en el barrio: las pasadas fiestas de Carnaval, cuando los bomberos abrieron las bombas de agua y todos, chicos y grandes, llenamos los pomos, las cacerolas y los baldes para mojar al vecino que, por cierto, ya estaba empapado. O cuando los policías de la 47 repartieron los juguetes para Reyes. O del festejo del 25 de mayo, frente a la comisaría, con los servidores públicos vestidos con su uniforme de gala y los vecinos luciendo, orgullosos, las escarapelas.

Va cayendo la tarde con pereza y aunque las luces del día todavía no se apagaron, el hombre que enciende los faroles, el del brazo amputado, ya inicia su recorrido.

Mamá saca el jarro de aluminio a la puerta para que por la mañana tempranito, el lechero lo llene de leche recién ordeñada. La carreta con el muchacho de la panificación avanza por las calles de tierra. No quiero encontrarme con el vendedor de pavos que, frente a nuestra mirada aterrada y con un movimiento imperceptible arrebata la vida a su sabrosa mercancía.

Apuro el paso para llegar a casa. Mis amigas me esperan para ir a cazar mariposas. Tengo una colección envidiable y quiero aún conseguir otras especies para mostrarlas en el colegio. Si no llueve, cuidaré un rato a mi hermanito mientras se desliza sobre su monopatín y dibujaremos con un trocito de carbón una rayuela para llegar al cielo. Es hermoso ser niña en este barrio. “Punto y coma, el que no se escondió se embroma, zapatilla de goma” , “La farolera tropezó y en la calle se cayó y al pasar por un cuartel se enamoró de un coronel …”, “… No hay de menta ni de rosa para mi querida esposa que se llama doña Rosa y que vive en una choza y se acaba de casar con un palo dea ma sar …”

Saludamos con respeto al vigilante de la esquina y dejamos en el buzón una carta para la abuela que vive en Santa Fe. Pasa el trolebús traqueteando, condenado a arrastrar, como Sísifo, el mismo peso ida y vuelta , chispeando de tanto en tanto los cables que lo alimentan. Se oye una campanilla y el silbido de los rieles.

Algún día seré grande y le hablaré de estas cosas a mi nieta.

Así es la vida...

Entrevista realizada por Solange Alvares , Aldana Buccino y Johann Capsala de 4to año BOD

Me llamo Esther Bejar. La edad , 75 aunque parezco de 100. ¿Qué más?
Yo viví sola hasta los 74 porque después tuve que venir acá porque me había roto la cadera y decidí estar en un lugar así. El geriátrico lo decidí por mi cuenta. ¿Qué más les puedo decir?
Mi familia estaba compuesta por mi papá, mi mamá y mis cinco hermanos. Yo soy la sexta, la única mujer.
Uno de ellos trabajó en la Shell muchos años, otro en Lereño, que se dedicaba a los jabones, dos ya se habían casado y los otros dos eran mecánicos, es decir, uno matrícelo y el otro mecánico.
La calle donde yo vivía estaba toda empedrada pero las que la cruzaban eran de tierra. Tanto Caracas (porque yo estoy entre Caracas y Zamudio) eran entonces todas tierra. Por ejemplo la calle Artigas ¿la conocen? hasta Mosconi estaba empedrada, de Mosconi para este lado, todo tierra; había muchas calles de tierra, muchas, como Argerich, por ejemplo.
¿Cómo era la relación entre la gente?
Ah, miren, antes había una relación distinta a la de ahora, había peleas también pero la gente se ayudaba. Cuando moría alguien, por ejemplo, no iban al velatorio se hacía el velatorio en casa y venían los vecinos a ayudar y había esas cosas ¿viste? … ¿cómo te puedo decir? esa amistad … ese deseo de ayudar. Te ayudaba la gente. Cosa que ahora, vivís en un edificio y no sabés nada del que está al lado. Es distinto … ¡Ah! Y se dormía con las puertas abiertas. En mi casa no se cerraban las puertas.
Enfrente de mi casa había un club que se llamaba Alumni, que no tiene que ver con el club Alumni famoso de fútbol, era muy alegre. Los bailes se organizaban a las nueve o a las ocho y a las doce ya habían finalizado; ahora es al revés. Entonces mis padres se quedaban sentados, (teníamos dos escalones a la entrada, después se reformó la casa) y se quedaban sentados hasta las diez de la noche ahí. Ponele, los vecinos tomando mate en la vereda, la mayoría de los vecinos estaban en la calle, en verano. Vos podías salir, caminar … Yo tenía amigas; era chica ¿no? Pero íbamos caminando a Urquiza. Comprábamos pizza y salíamos comiendo la pizza por la calle. Travesuras de chicas... Podíamos caminar de noche, ahora ni la nariz podés sacar. A mí me asaltaron, me tiraron al suelo, me robaron … ¡medio cuerpo negro tuve! ¡ustedes no saben la que pasé! Por eso cuando me operaron, como yo tengo una cuñada y dos sobrinos que trabajan, no tengo otra persona, decidí meterme acá. Ya en julio van a hacer dos años que estoy acá dentro. ¿Igual es lindo, no? Y … tenés que aguantar muchas cosas… ¡hay que tener una paciencia! ¡y yo soy peleadora! A mí me tienen … ¡soy famosa porque soy peleadora! pero peleo cuando tengo la razón, porque yo tengo lucidez, no estoy en las nubes, no estoy como muchas que están por ahí, y a mí cuando me hacen algo malo exploto...
¿Quieren saber cómo era la escuela?
¡Ah! ¡la escuela! Mirá, yo te digo: fui a una escuela acá de Vallejos, estaba entre Artigas y Bolivia, ¡escuela hermosa! no era grande , grande, pero sí limpita. Había tres porteros y en los recreos tenías que ver cómo limpiaban todo el patio, los baños ¡todo impecable! No sé si ahora es así. Las maestras era señoras grandes, muy bien vestidas, con joyas, con sombreros. Se usaba el sombrero antes. Bueno, una cosa de la que ustedes se reirán, (la juventud ahora se ríe de lo que uno hizo). Muy exigente la escuela en la que estuve yo; tenía una exigencia bárbara, de ahí salías sabiendo sí o sí, el que no sabía, al que no le entraban las cosas, bueno..
¿Si hice todos los años de la escuela?
Sí, sí, lo que pasa es que yo iba de tarde, y de tarde no había sexto, y cuando me quise pasar a la mañana ya no había lugar. Entonces me tuve que ir a otra escuela. La escuela de Nahuel Huapi y Aizpurua, ahí terminé sexto. No repetí ni nada, no fui muy brillante, no tuve mucho brillo pero no repetí.
¿Quieren saber cómo nos divertíamos entre amigos?
¡Ah! mirá, jugando... ¿Cómo te puedo decir? No me acuerdo cómo eran los juegos pero sí recuerdo que éramos un
Aizpurua, ahí terminé sexto. No repetí ni nada, no fui muy brillante, no tuve mucho brillo pero no repetí.
¿Quieren saber cómo nos divertíamos entre amigos?
¡Ah! mirá, jugando... ¿Cómo te puedo decir? No me acuerdo cómo eran los juegos pero sí recuerdo que éramos un montón y con los varones jugábamos a las escondidas (¡no pasaba nada! ¡eh!) Ellos después tenían sus cosas, sus grupos. Pero les quiero decir que nos divertíamos todos con juegos sencillos. Los muchachos grandes practicaban fútbol. Pasaban dos colectivos y ellos seguían en la calle jporque no había muchos autos, y si rompían un vidrio y ¡salían disparando!
¿A qué lugares iba?
Yo salía poco, bueno, con las chicas ya les conté que hacíamos caminatas, íbamos al cine; estaba el cine América (porque antes se llamaba Avenida América, Mosconi) y el Centro América (también por la calle que llevaba ese nombre). Los miércoles costaba 0,50 o 0,60 centavos y nos veíamos tres películas nacionales, ¡esa era la salida.! Tres películas veíamos, ahora no sé cómo será. ¿No? Ninguna podés ver ahora, aparte está la televisión y la gente mucho no va. Y esa era la salida, salir con amigas a caminar, a pasear. Paseábamos por Urquiza, llegábamos caminando hasta Triunvirato, mirando vidrieras. Esa era nuestra diversión, de chica. Después cuando cada uno tenía su noviecito, cambiaban las cosas.
¿Cómo era el modo de vestirse?
Siempre fue muy sencillo. Siempre fui muy humilde, mirá cómo estoy vestida ahora, parezco una basurera … ¡y no lo soy! ¡ eh! ¡Qué sé yo!: pollera, blusa, en verano. En invierno con sacos medio peludos, unos sacos lindos. Tenía un saco rojo con pelos blancos, pero lindo lindo, era llamativa en ese entonces. Ah, las polleras angostas después se usaron. Las polleras largas a mitad de pierna, que era una porquería, porque te hacían más vieja. Pero yo mientras, pude usar las polleras angostas, tenia lindo cuerpo, era gordita pero estaba bien formada. Polleras angostas hacia abajo y saquitos apretados acá y sueltito atrás. Me sabía vestir, mi mama me vestía bien en ese entonces.
¿Si escuchaba radio?
Sí, hijitas, no había televisión, ese era el único entretenimiento: escuchar radio. Cuando era chiquitita me habían enseñado italiano enfrente de mi casa, y mi mamá me hacía escuchar las novelas, después me llevo a la radio porque pedían una nena de seis años para trabajar en una de ellas. Me enseño tres cantitos, uno Italiano, otro en francés y el último en castellano. Me felicitaron y qué sé yo, y mi mamá vio a una nenita que estaba sentada arriba de un tipo, y no le gustó. A mí me tomaron la prueba en un cuarto, por micrófono, bueno, mi mamá vio eso y no quiso saber más nada … Ahí se terminó mi carrera en el ambiente artístico...
Ahora, les voy a decir: ese tiempo era diferente, si te robaban no te pegaban o te matan como ahora, no había tantos robos, había mas respeto, porque por lo general había mucha gente extranjera con otra cultura. Era una época muy linda, serena … ahora no podés ni salir a la calle. A mí me asaltaron me robaron yo por eso, quise venir a un geriátrico. Acá estoy tranquila... Así es la vida …




El novio

Relato inspirado en la entrevista realizada a la Sra. Raquel Labarthé por su nieta, Carla Picolillo, y Evelyn Dietrich, de 1er año CBU

—¡Abuela! ¡decile a Adrián que no me moleste más! ¡Abuela! ¡dejó todo tirado! ¡Abuela! ¡qué trabajo dan los hermanos!
Doña Raquel sonrió con picardía y como prendida de una nubecita que la transportó al pasado, se vio ella misma con la edad de su nieta, en la misma casa, 65 años atrás, con muchas reformas, claro, pro los mismos cimientos que clavaron sus padres, descendientes europeos.

¡Ah! ¡Qué tranquilidad, qué respeto no solo hacia los mayores sino entre los chicos y las chicas; los afectos sanos, ingenuos.

Ahora recordaba a una compañera de escuela un poco gordita e inclinada a las bromas pesadas que la tenía a mal traer hasta que la fortuna quiso que en un juego de policías u ladrones lograra llevarla “prisionera” y, a modo de revancha, dejarla inmóvil, paradita en un rincón, abstinente de diversión por largo rato, castigo que la muchacha soportó estoicamente probablemente sabedora de sus abusos pasados. ¡Cómo se habían abrazado después! ¡Qué dulce la reconciliación de las amigas!

Y todo era así de sencillo: cambiarse a la tarde, salir a la puerta, mirar de reojo a los muchachos cuando pasaban con sus figuras desgarbadas y sus bigotes despoblados.

— ¡Abuela! Decile a Adrián que no me haga quedar mal, que vienen mis amigas … ¡Abuela! ¡qué molestos son los hermanos!
— Ja, ja, ja — rió con ganas la abuela mientras estrechaba a su nieta — ¿te conté alguna vez cómo conocí al abuelo
— No... — respondió Carla con curiosidad
— Resulta que yo era muy amiga de una chica que tenia un hermano …

Una gallina con tres patas
Recreación de la entrevista realizada a la señora Nilda Vila por su nieto, Facundo Uribe Díaz, y Hernán Canzonetta, de 2do año CBU

Soy Nilda Vila y tengo 78 años.
Mis padres se mudaron a Villa Pueyrredón cuando yo cumplí un añito.
¡Qué tranquilo eran entonces todo por acá y qué diferente el paisaje, sin casas altas, sin edificios! Los chicos jugábamos sin peligro en las calle, con las puertas de los hogares abiertas mientras las madres preparaban la comida aromática y substanciosa, o baldeaban los larguísimos patios adornados con macetones llenos de malvones.
Todos los vecinos se conocían; era algo así como una familia sustituta.
¡Cuántos amigos tenía cuando era chica y qué lindos eran los juegos!

Nilda busca en su memoria y aparecen los recuerdos: la plaza Martín Rodríguez vuelve a ser un tambo desde donde parten las sumisas vacas, apenas sujetas por su dueño, para ir dejando en cada casa su nutritiva ofrenda láctea … mientras, su mano arrugada parece arrojar la piedra en un número de la rayuela y saltando con un solo pie, atraviesa, como en camino al Paraíso, su vida hasta el presente. Y continúa …

El cine América estaba en Mosconi y Artigas, más adelante pusieron el Aconcagua, moderno, importante. La proyección era continuada, podías quedarte toda la tarde si querías. Esa era una salida esperada, sobre todo, los sábados lluviosos. ¿Y la pizzería Pueyrredón? ¡Ah! ¡Qué lindos recuerdos! No nos alejábamos más porque éramos chicos…
Recuerdo cuando la Avda. América pasó a llamarse Avda. Mosconi; también cambiaron su nombre la Avda. del Carril que antaño era Avda. Nacional, y Gabriela Mistral, a la que conocíamos como Tequendama.
De pronto Nilda hace un silencio.
— ¡Cuidado con la bicicleta!
No la vio, cruzó la calle desatenta. Y acuden a su memoria el dolor, el pedal, la gente que la asiste, el desconcierto
— ¡La chica no miró, yo no tengo la culpa!
La pequeña Nilda llora con desconsuelo, una sensación nauseabunda sube hasta su boca, quiere que venga su mamá. Las curaciones con contrahierba y el cariño sanarán la herida en su pierna pero dejarán, como un tatuaje involuntario, una cicatriz imborrable.

Pero hay otro recuerdo fresco, gracioso, original.
Las casas tienen enormes fondos, con quintas improvisadas, algún limonero de las cuatro estaciones, el laurel infaltable, la cucha del perro, el galponcito con las herramientas y, los más afortunados, un gallinero.
La noticia corre como reguero de pólvora: al vecino de la esquina le nació una gallina con tres patas. ¿Con tres patas? Sí, ¡sí señor! Una gallina con tres patas. ¿Crecerá lo suficiente como para poner huevos? Y los chicos hacen cola para ver a la criatura deforme, inverosímil. Arrojan maíz a la infortunada que aun no come el grano y la observan desplazarse tambaleante, con asombro, expectantes.
¡Cuánta magia flota desde épocas inmemoriales en Villa Pueyrredón!

Recuerdos de mi infancia y mi amiga Juanita...
Entrevista realizada por Fernanda Glunz y Florencia Trucco de 3er año CBU a su abuela, María Esther Gamo, de 75 años

-Bueno, para empezar, ¿desde hace cuánto tiempo vive en Pueyrredón?
-Desde que nací , hace 75 años.
-Cuénteme algo de la historia de su familia o de sus padres.
-Y...Mis padres vinieron de España, mi papá de Ávila y mi mamá de León (de Castilla Nueva y la vieja). Vinieron en búsqueda de un porvenir, allí era muy feo todo, o sea, se dedicaban a cuidar animales, a las quintas, a sembrar y ellos no veían un porvenir para luchar por ellos.
-O sea, vinieron en búsqueda de trabajo …
-Vinieron en búsqueda de trabajo y de progresar más de lo que...Eran unos campesinos, y bueno acá se conocieron y formaron un hogar que es este donde estoy viviendo yo ahora, acá en la calle Habana 29 . . . . Yo nací en esta casa, así que soy muy viejita del barrio.
-Me había contado ¿puede ser? Que era la avenida más vieja del barrio...
-Esta vereda sí, fue hecha cuando recién se asfaltó la calle, esto hace ya como 65 años, chicas.
-Y el árbol también…
-Mi árbol está plantado también por el abuelo Joaquín que encontró este arbolito acá en esta casa en el jardín y dijo “Este árbol es un roble y lo tengo que cuidar” Y así lo plantó, lo cuidó, le puso una rama para que quedara su tronco derecho.
-¿Y qué otros cambios hubo en el lugar?
-Bueno, las calles como les estaba diciendo, eran todas de tierra, cuando llovía esto era un lodazal. Estaban todas de tierra, así que bueno…miren si hay cambios. Las casas eran todas bajitas, no había casas ni siquiera de dos pisos. Todas bajas, todas chatas.
-¿Y había varias casas o eran poquitas?
-No, no, había muchas quintas por acá. Después se fue edificando pero la mayoría se fue haciendo sí, después de que yo nací por supuesto; se fue poblando.
-¿Y qué me puede contar sobre las personas del barrio cuando era chica? ¿Hay algunos que todavía vivan por acá?
-Hay muy pocos vecinos, sobre todo hijos de vecinos que yo conocí antiguamente. Pero los más viejos son muy pocos, los del barrio que quedan.
-Trate de ponerse en el lugar de niño y cuénteme ¿Cómo se llevaba con los mayores? ¿Cómo se relacionaban los chicos y chicas? ¿A qué jugaban?
-Los chicos con los mayores, bueno había mucho respeto. La gente mayor no se conectaba mucho con el más chico, los chicos teníamos nuestras horas de colegio y de salir a la puerta; se jugaba mucho en la calle también como ahora no se puede. Se jugaba por ejemplo ¿te puedo decir a qué se jugaba?
-Si, si…
-Se jugaba a la rayuela, a la mancha, a la escondida. Se podía hacer eso y ahora actualmente ya no se puede hacer, por supuesto las nenas jugábamos a las muñecas pero ya eso dentro de casa. Pero con los mayores ellos nunca querían que interviniéramos en las conversaciones, siempre nos mandaban a otro lugar porque “molestábamos”.
- ¿Nos puede contar algo sobre la escuela? ¿Cómo era el trato con profesoras o la forma de educación?
-Ah no, la escuela primaria acá todos los chicos, por lo menos mis amigos de acá del barrio todos hicimos la escuela primaria. Yo ¿puedo decirte a donde fui?
-Sí, sí…
-Acá a la escuela que ahora se llama Congreso de Tucumán, en Nazca y Pedro Morán. Esa fue mi escuela.
-¿Y antes cómo se llamaba?
-Antes se llamaba Escuela Nº 11 Consejo Escolar 14. Me acuerdo cuando yo iba…
-¿Y tiene algún recuerdo importante ahí en el colegio?
-Ah sí, muchísimos.

Nos podés contar alguno?
-Mirá, mi maestra de primero inferior quedó en mi corazón, Maria Anadin. Y la de sexto grado(porque antes era sexto no como ahora que hay séptimo) ; la señorita Antonia Gómez que creo que todo el barrio la conoce porque ella nos llevaba al colegio y pasaba por las casas, parecíamos las palomitas que iban con su gallinita, qué sé yo, ella era una cosa… nos golpeaba la puerta de nuestras casas porque sabia que íbamos todas al colegio, bueno nos buscaba en nuestras casas y nos llevaba, nos acercaba hasta el colegio.
- ¿Y la escuela secundaria?
-Bueno, en la escuela secundaria ya tuvimos… yo por lo menos me tuve que preparar con la maestra que te conté que me preparo para la secundaria, yo fui al comercial Nº 2 y ahí tuve que dar el examen de ingreso y bueno, todas esas cosas. Ya teníamos que ir al centro porque acá no había escuela secundaria, no se conocían y teníamos que viajar.
-¿Se acuerda del alguna del barrio que haya sido la primera?
-No, no, yo no, …debe ser en Villa Urquiza pero en Villa Pueyrredón no, puede ser donde fue mi hijo el más chico, Ntra. Sra. del Lujan frente a la plaza de villa Pueyrredón, pero casi todas eran escuelas pagas, no había tantas escuelas así comunes, públicas.
-¿Y a tu marido como lo conociste, acá en el barrio?
-No, a mi marido lo conocí en el centro.
-¿Y después de mudaron acá?
-Si, cuando nos casamos vinimos acá porque mi papá edificó delante de la de él tomándose el jardín y como era única hija entonces tuve esa suerte de tener espacio como para hacer mi casa.
- Y a tus hijos ¿también los tuviste acá?
-Los crié acá, tanto a Fernando como a Eduardo, mis dos hijos, en esta casa donde estoy viviendo actualmente y en donde viví siempre, Acá nací.
-¿Y ahí en el colegio cómo era el trato con las maestras? ¿Aprendían las mismas cosas que ahora? ¿Qué materias tenían?
-Bueno no, era muy distinta la enseñanza que ahora, pero muy distinta. ¿Cómo les puedo explicar? Antes la maestra se dedicaba a todo y después teníamos profesora de música, de labores porque las niñas aprendíamos labores y los varones aprendían manualidades, por ejemplos nuestra profesora de gimnasia era nuestra propia maestra…
-Claro, no como ahora que cada materia tiene su profesora…
-No, cada materia tiene su profesor, no antes era todo muy Light (risas) pero de todas maneras aprendimos muy bien, no se crean que no porque la base la tenemos, una base muy buena sino no podríamos haberle enseñado a nuestros hijos y ahora a nuestros nietos.
-¿Y cómo se conocían chicos con chicas? ¿Cómo se vestían para salir?
-Bueno, te digo que hasta sombreros usábamos en ese tiempo
-¿Guardas ropa de esa época?
-Y alguna guardé, alguna ropita pero yo regalé mucho. Zapatos sabés que me encantaban los zapatos, así que los guardé y algún sombrerito que me da pena tirarlo, como mi traje de novia que lo tengo guardado en una valija enorme, pero uno se tendría que mudar si tiene tantas cosas en la casa.
-¿Y qué lugares frecuentaba? ¿Alguno sigue estando?
-Cuando ya era más grande, ya bueno por ejemplo tengo una amiga que le encantaba ¿Cómo te digo? Lo clásico entonces a ella le gustaba ir al Colón y en ese tiempo no se conocía el teatro Colón porque era muy exclusivo de gente de plata.
-¿Y por acá por el barrio?
-Y por acá teníamos cines, el cine Aconcagua, el Cine América sobre todo, al que fuimos muchas veces.
-¿Y te acordás de los nombres de las calles?
-Bueno, las calles antes de que yo existiera tenían otros nombres; que yo me acuerde la Av. Nacional es hoy Av. Del Carril y Av. Mosconi antes era la Av. América.
-Algún tren o algún ferrocarril que pasara…
-Y bueno si, los colectivos siempre por la Av. Nacional que era Av. Del Carril, ahí nos llevaba hasta Chacarita, nos tomábamos el subte y de ahí ya íbamos al centro, también estaba el 110, no el 21, el colectivo 21 y el 110 vino después, el 21 te acercaba hasta Núñez, íbamos hasta Núñez, y me acuerdo que por Av. Mosconi tenias los tranvías que por aquella época me acuerdo que tenia que ir a gimnasia por Av. Las Heras y tardaba 1 hora y cuarto en llegar

-Y de nuestro colegio, el Huerto, ¿puede ser que haya sido antes una especia de escuela para chicas que hacían manualidades y esas cosas?
-Si, yo he ido a aprender ahí y te cuento que después más tarde cuando ya tenían el colegio y todo incluso he ido a aprender y estoy recibida de…me parece que de ribonete, no algo en plástico también algo de plavinic por el que me dieron un lindo diploma y todo por haber ido a aprender a ese colegio, pero antes de esto enseñaban tejido, bordado pero lindo, lindo ...
-¿Y la plaza Martín?
-Ay, ahora se llama Martín Rodrigues pero esto hace más de 70 años era una casa quinta que yo ya conocí destruida, allí se guardaban vacas o sea, había un señor que criaba estos animales, mejor dicho los tenia para que le dieran la leche ¿no es cierto? Y él iba con los animales por el medio de la calles porque antes eran de barro y se podía ir con animales, el hombre vendía casa por casa y la gente salía con una monedita con la que comprabas el litro de leche y la gente salía con un hervidor para que el hombre le ordeñaba la leche ahí en su propia casa, al pie de su casa. Pero resulta que después, ya cuando asfaltaron las calles no se podía andar con animales porque también antes venían a venderte el pan, la carne, todo eso, Para la carne venia el carnicero a pedirte el pedido pero el pan venia en un carrito con el caballo para traertelo o en la panadería ya sabían lo que necesitabas y te lo traían a domicilio y lo mismo por ejemplo, el verdulero que venia con la fruta y la verdura casa por casa, con su carro y su caballo. El lechero venia con los tarros de leche a domicilio, Yo todo eso lo se porque lo viví, en casa se hacia eso.
-Por último ¿tiene algún episodio interesante o importante que haya sucedido en este barrio? Algo que quiera contarnos…
-Algo que yo me acuerdo de cuando era chiquita ¿puede ser?
-Sí. sí…
-Algo de mi amiga Juanita ¿querés que te cuente eso? Tenia una amiguita que ya no está más acá con nosotros que tenia dos años más que yo y era muy traviesa, Las calles eran todas de barro y había zanjas, y en la zanjas había renacuajos y todo así, y bueno, era así … era como vivíamos. Y a esta nena le gustaba saltar de un lado a otro, o sea, de vereda a vereda. Y la madre y todos le decían que se iba a caer pero ella nunca hacía caso. Y ella usaba colores llamativos y un día estaba con un vestido rojo y empezó a hacerle señas al animal. Entonces la vaca la embistió como los toreros y el hombre no sabía cómo hacer para agarrarlo. Pero le había clavado los cuernitos en la pancita y todos fueron a verla a donde esta ahora el Zubizarreta que era donde nos daban las vacunas y todo, Por suerte solo le había atravesado piel, Cuando fui a verla con mi papá que me llevó, Juanita estaba comiendo cosas ricas y todos mimándola, fue un susto nada más. Esa es una anécdota que no me voy a olvidar más porque me quedo grabada...
-Y de más grande, con tus hijos cuando venían los amigos acá…
-Bueno, ya era otra época, no te olvides que tu papá va a cumplir 49 ya. Y era más o menos como ahora, estudiaban juntos, escuchaban música…
-¿Qué música escuchaban?
-Escuchaban Los Beatles ¿Qué mas? No me acuerdo. Pero a Fernando que le gustaba armar aparatos, por eso es ingeniero electrónico había armado un aparato que lo ponía a todo lo que da. Y bueno, los chicos se quedaban a comer, a almorzar, a tomar el té y bueno, no sé qué más…
-¿Y en la terraza?
-Ah !sí, es verdad, en la terraza ellos los sábados y domingos, sobre todos los sábados de vez en cuando, pedían permiso porque las madres siempre colaborábamos con un torta o algo, y ellos hacían “asaltos” que eran bailes con amiguitas del barrio y algunos del colegio, pero ellos porque Fernando iba al colegio industrial sin mujeres y entonces sus compañeros eran los chicos de barrio …no como es con ustedes ahora…
¿Ustedes llevan para comer? Porque antes las chicas llevaban para comer y los chicos para tomar...
-Comidas y eso no cambiaron ¿no?
-No, eso no…
-¿Y la televisión, la radio?
-Yo tuve televisión cuando mi hijo tenía recién 6 añitos u 8 añitos, yo estaba siempre con la radio. Ahora claro, a mí me invitaban a otras casas para ver televisión, yo no puedo quejarme de eso porque tenia amigos y vecinos que me querían mucho y como yo enseñaba a chicos acá, sobre todo sus papás hacían que yo fuera a ver ciertos programas que antes los había muy bonitos no como ahora que la televisión no vale nada, Antes había pocos canales, estaba canal 7, canal 9…
-Me acuerdo que me contaste que mi tío y mi papá se peleaban cuando jugaban a la pelota y que las chicas les pinchaban las pelotas…
-Ah!. Sí, las vecinas no soportaban que jugaran al fútbol en la calle y algunas vecinas que no eran gustosas de que los chicos gritaran les cortaban las pelotas y si se las devolvían todas pinchadas o cortadas que ya no servían. Y no sé qué más…
-No, está muy bien, ¡le agradecemos muchísimo!
-No se chicas si estuve bien…
-Si ¡muy bien! ¡muchas gracias por compartir todo esto con nosotras!

Lo que faltaba contar
Relato de la Sra. Cristina Poggio, profesora y exalumna del Colegio del Huerto
He leído con emoción los relatos que componen este sencillo librito y puedo afirmar que todo lo allí relatado pasó en mi barrio.
Nací aquí hace cincuenta y tantos y fui testigo de todos esos eventos y otros más...
¡ Cuidado, rápido, vienen las gitanas! Y entonces salíamos corriendo a más no poder para encerrarnos en nuestras casas.
Nuestras madres y abuelas nos decían que ellas robaban a los chicos que nunca más eran encontrados por sus familia. No era para menos nuestro miedo ¿no?
A los pocos minutos comenzábamos a asomar las narices por las puertas y ventanas y entonces alguien se animaba a gritar: ¡ salgan, ya se fueron! Entonces se reanudaba la rayuela, el salto a la soga, el juego con las figuritas, o tal vez tocar algún timbre y salir corriendo.
¡ Qué lindo era dar vueltas manzana en bicicleta! Salvo cuando Doña Pepa nos ponía tachuelas en la vereda y nuestro recorrido circular se convertía en una U, había que vencer el obstáculo y seguir la diversión. O cuando se cortaba la luz a la noche: ideal para jugar a la escondida.... Y cuando preparábamos las ramas que quedaban después de la poda de los árboles para encender la fogata en la noche de San Pedro y San Pablo...
En febrero llegaban los carnavales. En esa época las chicas no podíamos salir porque algún vecinito estaba preparado para derramar sobre nuestra cabeza una cascada que emanaba de un balde ubicado en su terraza. ¡ No me mojes, no ves que voy al profesor de guitarra. No había excusa que valiera. Nuestra guitarra tampoco salía intacta del carnaval.
Y luego llegaba la hora de la siesta, ahí nadie se salvaba. Todos los pibes del barrio nos reuníamos mediante estrategias de guerra a bombardear al enemigo. Por supuesto, con bombitas de agua. Como mi casa era una de las pocas que tenía un jardincito adelante con una canilla, yo hacía un convenio de paz: les dejaba cargar las bombitas pero a mí no me podían mojar.
Los mayores también disfrutaban del espectáculo, pero los muy cobardes lo hacían mirando por las ventanas o terrazas. Aún corre adrenalina por mi sangre cuando recuerdo estas batallas de agua.
A la tardecita venía lo más lindo. ¡Disfrazarse! Cada uno con lo que tenía, aunque fuera sólo pintarse la cara y ponerse un par de aros y tacos altos . Yo era privilegiada porque mi madre me hacía trajes hermosos. Ella también de esta forma disfrutaba del carnaval. Un año era una dama antigua con tules, abanico y peinetón. Otro, una española llena de lentejuelas. Tal vez una coya para lo cual teníamos que pedirle al papero bolsas de arpillera que la abuela lavaba tantas veces hasta que se ponían suaves. Mamá me enseñó el punto cruz y yo bordaba la pollera y el poncho con lanas multicolores .Aún los conservo .
Una vez vestidos venía el maquillaje. De eso se encargaba mi tía porque mamá decía que ella era joven y trabajaba en el centro y lo sabía hacer mejor. Y allí íbamos. ¡ Qué felicidad que papá no se enojara por verme la cara pintada! Sombra, rubor lápiz labial, aro pulseras...

VIVENCIAS Y RECUERDOS DE UN PADRE Y UNA HIJA....
Relato compartido por María Isabel Holthoff, profesora y exalumna del colegio del Huerto y su padre, Eduardo Raúl Holthoff, de 81 años

Aromas, colores, sabores de la infancia se mezclan en mí; percepciones, sensaciones que perduran y se acrecientan, “se viven”, al volver la mirada a MI 120 barrio de Villa Pueyrredón.
Aquel barrio de casas bajas, tranquilo, soleado, donde los edificios no sobrepasaban más de tres o cuatro pisos, el más alto ¿podría llegar a siete u ocho?. Las casas con jardines, adelante, flores muy coloridas, cuidadas por las abuelas, las mamás que las regaban en los atardeceres de primavera y verano mientras charlaban con las vecinas que iban a comprar al Mercadito de Mosconi, pan, pescado o verduras para la cena, de regreso seguían saludando a la fila de vecinos donde todos se conocían por su nombre o sobrenombre, sentados en el umbral de las puertas de sus casas, con sus sillas bajas, tejiendo, mirando a sus hijos jugar a la pelota o andar en bicicleta.
¡Cuántas tardes mi abuelo con su santa paciencia me llevaba de punta a punta de la cuadra!! Teniéndome fuerte del manubrio para que no me cayera, sino debía volver a ponerme las rueditas y ese ruido contra las baldosas ranuradas se hacía fuerte, molesto. Muchas veces era “la noticia” de una bicicleta nueva en el barrio, seguro que era Reyes o algún cumpleaños.
Mosconi era empedrada, cuando yo nací en la década del ’60; hasta la década del ’80, se observaban todavía los rieles del trole 314 (hoy 114) que era electrificado, hasta 1962 el tranvía transitaba la Avenida, tenía ventanas amplias y su parada se hallaba en la mitad de la cuadra, sobre una plataforma oval a una distancia de un escalón del empedrado.
En el medio de Nazca y Mosconi estaba la GARITA del policía de tránsito, desde allí lo dirigía con sus guantes blancos, un cubre antebrazo blanco también, su silbato, estaba cubierto con una especie de sombrilla gigante sobre él, por la lluvia y el calor, esa garita estaba separada del suelo un metro y medio aproximadamente para poder ver y ser visto.
Vivía donde nací, en la casa de Avenida Mosconi 2836, allí me recibió la partera una noche muy calurosa de enero. Mis abuelos eran los encargados del edificio de “Don Rodolfo”, no recuerdo su apellido.
Me encantaba correr por las amplias terrazas, eran las más altas de la zona, se podía observar desde allí todo el barrio, hasta el Gasómetro de General Paz y Constituyentes.
A la nochecita era un despliegue de familias, que luego de pasar mi abuelo, departamento por departamento, se llenaba un enorme “tacho de basura” para depositarlo en la vereda (porque las bolsas no existían).
Me encantaba observar desde la terraza de mi casa “San Jorge” (yo vivía enfrente), hoy City Hall, los fines de semana se escuchaba música de las fiestas de 15 (pocos) o casamientos que allí se celebraban, y se veían los regalos que allí exponían. En los carnavales la terraza de San Jorge, estaba colorida y sonora, diría pintoresca con sus bailes en la terraza o en el salón, que se entraba por Nazca y tenían mesitas de hierro y sillas, por eso le decían “la pizzería”.
Donde hoy está Carrefour, nació el primer supermercado del barrio, sería allí por 1964 o 1965, se llamaba MÍNIMAX, era “la modernidad”, góndolas, changuitos, gente eligiendo. Éste supermercado cambió de nombre y firma varias veces, se llamó TOUT, CARRY, NORTE... Antes había sido la Corporación de transporte, guardaban micros y los reparaban.
Ya existía el correo del barrio, pero donde está la zapatería Calzarte sobre Mosconi.
Famosísima la “Panadería Rizzo”, creo que trabajaba para muchísimos casamientos que se realizaban en el barrio, en las terrazas o patios entoldados de las familias.
Donde hoy está el Banco Francés existía un Gran Garaje de “Ramoncito”, así lo conocían, enorme, no había muchos en el barrio. En Carlos Antonio López y Nazca se encontraba la fábrica de cerámica de don Emilio, fabricaba platos y objetos de cocina. Enfrente el almacén de “Don Elías”. También frente a la Farmacia Santa Rita, estaba el Gran Almacén “Los Asturianos”, tenían de todo, recuerdo el aroma a fideos secos, a especies, vinos, etc. Allí compré las primeras hamburguesas en caja (nacía Paty, sería 1964).
Recuerdo las colas que había que hacer y la espera que teníamos cuando íbamos a la Pizzería de Artigas y Mosconi, pero valía la pena, sus mesas se cubrían con papeles blancos y si la llevaba a casa, (aparecían las cajas de cartón finitas) para que no se pegara la tapa se le colocaba palillos de punta cuadrada. Al lado de ésta se encontraba Bonafide, una mezcla de aromas de café y caramelos.
Todos los días venía el lechero (ya era 1963-1966) a mi casa, Don Jesús subía los dos pisos con las botellas verdes de leche, una leche cremosa, con un olor especial... venía contento en un carro verde, tirado por un caballo.

También se podía comprar leche en la “Lechería LA MARTONA”, estaba ubicada donde hoy está la fábrica de pastas JC (de la Avenida Mosconi entre Nazca y el pasaje Joaquín Castellano), la atendían Don Antonio y su señora María, entrar allí era una fiesta para el olfato y el paladar, podías ir a tomar la leche con vainillas, comprar yogurt (los primeros que venían en envases retornables de vidrio) leche en botella verde o marrón y por supuesto los artesanales y fabulosos helados (que no había más de 10 gustos), eran deliciosos, el granizado sobre todo, se comían con cucharita de madera. También era el paragüero del barrio.
Eran días donde los chicos jugábamos en la vereda, nos conocíamos las chicas y nos relacionábamos entre sí, a veces pasaban 1000 veces frente al grupo de chicos que les gustaba para verlos; los varones hacían carritos con rulemanes y recorrían las calles.
Las plazas, como la “Placita Habana”, así le decíamos y le decimos en el barrio, cobraba vida, las hamacas, los subibajas y el desafío de los dos toboganes uno más alto que el otro.
Nos deleitábamos mirando las vidrieras de las jugueterías soñando qué muñeco íbamos a pedirle a los Reyes o a Papá Noel; como la de Argerich y Mosconi (que después fue fábrica de pastas y allí estuvo JC)
Corríamos a las librerías a comprar todo lo necesario para ir al colegio cada día. Como “Los 2 hermanitas”.
Poco mirábamos la televisión blanco y negro, sólo un ratito, mientras tomábamos la leche y nos preparábamos para hacer los deberes. Teníamos el médico de barrio, mi vecino, mi doctor, el que te cuidaba desde que nacía hasta que eras mayor, como mi querido Jack Armando Garzón, mi vecino (el papá del actor Gustavo Garzón), un hombre excelente y querido en el barrio, que atendía a la familia entera si era necesario.
En la esquina de Nazca y Mosconi había un bar. Pasaron años , hubo muchos dueños, reformas, pero el bar allí siempre existió hace 40 años tenía una estructura antigua con mesitas de madera y sillas de época; guardaban los sándwiches bajo campanas de vidrio, allí vivían todo un día hasta que se vendían. Se usaban grandes heladeras, bajo el mostrador, algunas con vidrio adelante. Vendían una bebida llamada Ginger Ale Canada Drive, que luego se empezó a vender en los supermercados.
En la esquina, bajo City Hall había una Y.P.F, una librería y un quiosco, enfrente, en la otra esquina LA BARBERÍA: dos ventanales enormes permitían observar cómo afeitaban a los hombres, con navajas, les cortaban el cabello, tenían un mini quiosco (con caramelos), la especialidad: los caramelos MUMÚ (unos cuadrados riquísimos y enormes de dulce de leche) y los bocaditos Holanda.
El quiosco de don Santiago y Doña Mary (Los gallegos) recién aparecieron hace treinta y pico de años. Ellos empezaron a sacar las primeras fotocopias, antes allí había un zapatero y al lado una panadería.
Pero si queríamos las mujeres soñar y enamorarnos de los galanes de la pantalla, íbamos al “ACONCAGUA”, allí nacieron muchos romances, muchos noviazgos.
También en la década del ’60 o ’70 los sábados y domingos íbamos al CINE DEL “COLEGIO DEL HUERTO”, los papás dejaban allí a sus hijos mas grandes o alguna mamá acompañaba a varios chicos a ver dos películas continuadas. También en ese tiempo, el colegio exhibía obras de teatro y recitales, allí vi “Romeo y Julieta” y nació “Vivencia”, un conjunto de la década del ’70, como otros.
Los días de la Primavera, se elegía la Reina de la Primavera, y había desfiles en carruajes llamados carrozas, sobre la avenida Mosconi, ruido, alegría, color.
Había días de fiesta en el barrio, además de la primavera, carnavales; también fiestas religiosas, los Vía Crucis, las Fiestas Patronales como las procesiones que se realizaban el 2 de Julio donde la imagen de la Virgen del Huerto paseaba por las calles con las Hermanas , alumnas y el barrio se unía a éstas. Se tomaba el chocolate con churros en la Comisaría 47 los 25 de Mayo, donde invitaban a las escuelas del barrio.
Eran días donde los chicos jugábamos en la vereda, nos conocíamos las chicas y nos relacionábamos entre sí, a veces pasaban 1000 veces frente al grupo de chicos que les gustaba para verlos; los varones hacían carritos con rulemanes y recorrían las calles.
Las plazas, como la “Placita Habana”, así le decíamos y le decimos en el barrio, cobraba vida, las hamacas, los subibajas y el desafío de los dos toboganes uno más alto que el otro.
Nos deleitábamos mirando las vidrieras de las jugueterías soñando qué muñeco íbamos a pedirle a los Reyes o a Papá Noel; como la de Argerich y Mosconi (que después fue fábrica de pastas y allí estuvo JC)
Corríamos a las librerías a comprar todo lo necesario para ir al colegio cada día. Como “Los 2 hermanitas”.Poco mirábamos la televisión blanco y negro, sólo un ratito, mientras tomábamos la leche y nos preparábamos para hacer los deberes.
Teníamos el médico de barrio, mi vecino, mi doctor, el que te cuidaba desde que nacía hasta que eras mayor, como mi querido Jack Armando Garzón, mi vecino (el papá del actor Gustavo Garzón), un hombre excelente y querido en el barrio, que atendía a la familia entera si era necesario.
Los días tranquilos, iban pasando , iban siendo vividos y en el atardecer, hasta la década del ’70, esperábamos al señor, lo llamaban el “farolero” y todavía vive en el barrio, a pie recorría éste, prendiendo cada una de las luces de las calles, unas lamparitas ubicadas en el centro de la calzada, y que a la mañana siguiente, el mismo responsable apagaba las luces a la salida del sol.

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